Tomé el libro sin ninguna razón en particular. Cuando entro a una librería, me gusta darme esa oportunidad. De dejarme llevar por los libros como objetos, más que por las referencias previas. Y así llegué a Memoria por correspondencia, de Emma Reyes, en una cuidada edición de Laurel Libros y con una portada que me flechó automáticamente. No sabía quién era Emma Reyes, tampoco sabía de qué se trataba el libro, lo cierto es que lo leí muy rápido porque desde la primera página me atrapó la historia. El libro está compuesto por 23 cartas que escribió Emma Reyes a un amigo historiador, en donde narra su infancia y adolescencia en la Colombia de los años 20-30 del siglo pasado. Una infancia durísima, de extrema pobreza, pero lo más doloroso: de un abandono amargo. El libro va construyendo imágenes que no te dejan indiferente: a los 5 años de edad, es abandonada junto a su hermana en una estación de tren de lo que imagino es un pueblo perdido en la selva colombiana. Antes de eso, a los 4 años, vio como abandonaron en la puerta de una iglesia a un bebé con el cual ella se había encariñado. Son imágenes rotundas, de muchos contrastes, que se te meten en la cabeza y te dejan pensando en Emma, una niña que hasta los 11 años nunca se puso un zapato. Nunca.
La capacidad de elaborar estas imágenes tan cargadas de significados, es gracias al uso de la carta como espacio de confesión. La carta le da el espacio, le permite a Emma expandir esa conciencia de la infancia de manera que logra ser niña otra vez. Tu no lees a la adulta que escribe, lees a la niña y a su voz ingenua y atropellada. No hay juicios a los horrores. Simplemente es la vida pasando, y a través de cada una de sus cartas vas logrando entender como se sobrevive a eso. Porque Emma Reyes si que sobrevivió a todo.
Desde los 5 a los 18 años vivió en un convento de monjas en donde trabajaba 10 horas diarias, sin contacto con el mundo exterior, no recibió ningún tipo de educación (no sabía leer ni escribir) y la vida durante todos esos años estuvo reducida a la dicotomía cielo-infierno. Pero el diablo hizo lo suyo y ella, de manera muy natural y sin la violencia acostumbrada, como si fuera un camino trazado por las estrellas, logra escapar del convento a los 18 años. Por lo que me enteré después, viaja por toda Sudamérica haciendo autoestop y tomando trabajos de sobrevivencia, hasta que descubre la pintura en Argentina y comienza su prolífera carrera como artista: en 1947 gana el concurso internacional de pintura de la Fundación Roncori en Buenos Aires y le otorgan una beca para estudiar en París en la academia de André Lothe. Luego vivió en México donde trabajó en la galería de Lola Álvarez-Bravo y expuso junto a Frida Kahlo, Diego Rivera y Rufino Tamayo. Y luego de varios viajes internacionales, se establece definitivamente en París, donde se convierte en madrina de pintores y artistas colombianos.
De carácter reservado, de su oscura infancia nunca se supo nada, y le pidió expresamente a Germán Arciniegas, el historiador destinatario de las cartas, que no las publicara hasta después de su muerte. “...Esa infancia se pasó en un convento sin salir nunca. En un mundo absolutamente de sueño, de abstracción, porque todo lo que pasaba fuera del convento lo denominábamos “el mundo”, como si estuviéramos en otro planeta. Naturalmente eso desarrolló en nosotras una enorme imaginación, nuestra imaginación se enloqueció imaginándonos inclusive que los árboles eran de otro color y la gente de otra forma, y fue tal la angustia de lo que estaba afuera que yo decidí escaparme un día...”
Me pareció increíble y de una belleza inconmesurable, lo que terminó siendo su vida después de escapar del convento. Porque después de atravesar una niñez llena de grietas, oscura, descalza, y en lugar de seguir perpetrando ese dolor por la senda de la autoflagelación, camino tan endemoniado como atractivo, opta por el otro camino, el de la imaginación como vía de escape hacia otras realidades. Y la pintura se establece como ese espacio límite entre la cordura y la locura, en donde Emma podía permitirse ser realmente libre, jugar e imaginar para sobrevivir al horror de sus primeros años de vida.
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